domingo, 18 de noviembre de 2012

proyectos educativos del porfiriato


La modernización y el proyecto
educativo del Porfiriato

El proyecto educativo del Porfiriato
es uno: la modernización de la educación,
con la idea de establecer un
sistema educativo nacional, federal,
uniforme, homogéneo, racional, laico
y controlado única y exclusivamente
por el Estado.
Porfirio Díaz procuró, por diversos
medios, transformar la sociedad
que había recibido y convertirla en
moderna, siguiendo para ello el ejemplo
de los países avanzados; el orden
y el progreso, premisas básicas del discurso
positivista y del mundo industrial
en ascenso, nutrieron el contenido
de la modernidad. Para lograr este
objetivo, resultaba necesario e indispensable
contar con un Estado nuevo;
en este sentido, el pensamiento positivista
ofreció importantes elementos
para su conceptualización: el orden
sólo podía ser alcanzado por un Estado
fuerte donde el presidente concentrara
amplios poderes y ejerciera un control
total sobre la sociedad; la libertad
política sería sacrifica en aras de la
evolución social. El trabajo del grupo
en el poder se centró en consolidar
un Estado poderoso que tuviera las
posibilidades de impulsar y sostener
un proyecto de nación; para ello, era
necesario modificar las estructuras
políticas y económicas vigentes. Para
lograr tan ambicioso objetivo, había
que transformar la sociedad y qué
mejor manera que por medio de una
educación
moderna, libre, gratuita,
obligatoria
y uniforme.
La mayoría de los educadores y
pedagogos de la época15 concebían
la educación moderna como una educación
racional, científica, objetiva, y
laica; para llevar a cabo el proyecto
modernizador resultaba indispensable
que las escuelas fueran modernizadas
en sus espacios, mobiliario,
contenidos curriculares, libros de
texto y maestros; aunado a esto, la
educación
debía lograr la uniformidad,
homogeneidad y obligatoriedad
en todo el país, pues sólo así se lograría
una exitosa difusión del discurso
liberal
en todas las escuelas. El proyecto
era claro, los actores estaban en
el escenario: maestros, educadores,
pedagogos, políticos, ministros y a
la cabeza el presidente de la República,
el General Porfirio Díaz; por
primera vez, la educación tenía un
rostro definido: la modernidad
avalada y sostenida por el régimen
porfirista.
Durante la gestión del Ministro
don Joaquín Baranda (1880-1901),
se logró conformar un proyecto educativo
de corte nacional, con especial
énfasis en la educación primaria y la
formación de profesores; bajo su liderazgo,
se obtuvieron importantes
avances en materia de legislación
educativa,16 pero sobre todo se logró
la organización y realización de los
Congresos de Instrucción Pública,
celebrados en la ciudad de México
durante los años de 1889-1890 y
1890-1891. La celebración de los
Congresos educativos marcó un
parteaguas en la educación del país;
se puede decir que, a partir de ellos,
la educación inició realmente un proceso
de modernización en diversos
ámbitos.
La segunda mitad de la década
de los ochenta del siglo xix representó
un momento particularmente
especial, pues durante estos años
se esgrimieron una serie de leyes y
reglamentos que dieron paso a la
creación de un marco normativo
para impulsar la modernización de
la educación; bajo esta dinámica, la
educación pública fue especialmente
atendida,
en particular el nivel primario,
aunque también se realizaron
importantes avances para normar la
educación privada.
17 La élite educativa
que rodeaba al General Díaz
buscaba generar nuevos enfoques
educativos con miras a establecer
una educación vinculada con el proceso
de industrialización que se imponía
en el mundo; además, intentaba
formar nuevas generaciones de ciudadanos
trabajadores, sanos y disciplinados.
La vida escolar fue trastocada por
los vientos modernizadores; se dio énfasis
a la reformulación de los planes
y programas de estudio, que dieron
pie a la conformación de un currículo
renovado; el establecimiento de
métodos de vanguardia, retomados
de experiencias norteamericanas; la
puesta en práctica
de actividades
que enfatizaban la parte racional,
científica, cívica y práctica de la
enseñanza; todo ello formaba parte
de un ideal de formación moderna.
Los libros de texto no quedaron al
margen de estas transformaciones;
muy por el contrario, fueron objeto
de atención especial por parte de las
autoridades educativas, de los pedagogos
y de los maestros. Cada disciplina
fue diseñando sus propios libros
de texto, elaborados de acuerdo con
la normatividad establecida, ya que
de no ser así, no tendrían posibilidad
de ser aceptado
en las escuelas.
A partir de 1885, la Escuela Normal
de Maestros se encargó de seleccionar
los textos para el ciclo escolar
correspondiente.
La preparación cívica e histórica
de los niños fue particularmente
cuidada por el Estado liberal; para su
enseñanza se contó con programas
y libros escolares especialmente
diseñados para tal fin; para 1887, el
currículo de primaria incluía una
materia nueva: “Instrucción Moral y
Cívica”; al respecto, Justo Sierra
anota: “en las escuelas primarias de
todos los ámbitos de la nación se formará
no sólo al hombre socialmente
hablando sino al ciudadano mexicano,
inspirado
en los grandes ideales que
la patria persigue”.18 Todos los planes
de estudio posteriores incluyeron e
incluyen la materia de civismo.
La década de los ochenta fue
particularmente
fructífera en materia
educativa, pues en este período se
organizaron dos importantes y fundamentales
congresos: el Higiénico
Pedagógico (1882) y el de Instrucción
Pública (1889-1890), que incidieron
en la reorganización de la
educación primaria en el país; marcaron
el inicio de una serie de reformas
que condujeron a la educación
pública a tomar nuevos caminos.
Para 1888, se publicó la Ley de
Instrucción Pública; las materias
consideradas como básicas en esta Ley
incluían la: “instrucción moral y cívica,
la lengua nacional, la lectura
y escritura, las nociones de cálculo
aritmético y geometría, los elementos
de ciencias fundamentales de observación
y experimentación, datos elementales
de geografía y nociones de
historia natural, dibujo, canto coral,
manejo de los útiles de los oficios
mecánicos, ejercicios gimnásticos,
ejercicios militares (para niños) y labores
manuales (para niñas)”.19 Todas
estas materias estaban encaminadas
a fortalecer la formación cívica y científica
de los alumnos e implicaron
modificaciones en la estructura del
currículo.
A su vez, esta legislación enfatizó
el carácter de obligatoriedad de
la enseñanza elemental en el Distrito
Federal y Territorios, para varones y
mujeres de 6 a 12 años;20 de fondo
estaba nuevamente el plan para impulsar
una educación unitaria, que
ofreciera los mismos conocimientos
en todas las escuelas públicas; al ser
obligatoria la enseñanza, el discurso
liberal podía fluir más fácilmente.
La década de los noventa resultó
particularmente prolífica para la educación;
se dieron importantes medidas
que fortalecieron el aparato
educativo a cargo del Estado, el cual
tuvo cada vez mayores facultades
para dirigir la enseñanza pública. La
legislación hacía énfasis en los programas
y en los métodos. Al respecto,
la Ley Reglamentaria de 1896 indicaba
en el art. 66°: se establece una
Dirección General de Instrucción
Primaria, á fin de que ésta se difunda
y atienda con uniformidad, bajo un
mismo plan científico y administrativo.
21 Cada materia contaba con su
respectivo programa, que detallaba
por año escolar las actividades y contenidos
que debían tratarse por grado;
el profesor contaba con una guía para
la enseñanza de los aspectos fundamentales
del programa de estudios,
pero, sobre todo, con los lineamientos
para que impartiera solamente lo
estipulado por la autoridad.
En 1908 se promulgó la Ley de
Educación Primaria, que si bien era
para el Distrito Federal y Territorios,
fue acogida en breve tiempo por todo
el país. Este documento expresa los
intereses del equipo diseñador de la
política educativa22 y, en particular,
la visión de Justo Sierra, responsable
de la educación del país; se destacaban
los aspectos prioritarios de esta
política, que se resumían en tres: el
aspecto moral y cívico, que ahora
adquiría tintes modernos, acordes
con el proyecto de industrialización
que invadía al mundo occidental y que
requería de la formación de ciudadanos
obedientes y disciplinados; y los
aspectos científico y físico.
La política educativa del régimen
porfirista se sustentó no sólo en legislación,
sino que, por primera vez en
todo el siglo xix, se pasó de las buenas
intenciones a las acciones concretas;
un presupuesto y un espacio político
administrativo propio le dieron la
fuerza para poder esgrimir un fuerte
proyecto modernizador, por supuesto,
éste contó con el aval político de
Porfirio Díaz y con la inteligencia,
compromiso e iniciativas
de maestros,
pedagogos y educadores mexicanos
y algunos de ellos extranjeros, que
ofrecieron grandes aportaciones a
la educación mexicana; destacan:
Enrrique C. Rébsamen, E. Laubcher
y Leopoldo Kiel entre otros. Todo
ello se conjuntó para la transformación
educativa.

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